Daría lo que fuera por poder dar marcha atrás y poder volver al momento en que te separaste de mí. A día de hoy no creo que te puedas imaginar lo mucho que te echo de menos, bueno, ya no puedes ni siquiera imaginar. Ha pasado tanto tiempo..., y sin embargo parece que fue ayer cuando tu mano soltó la mía para siempre. Desapareciste sin decir nada, sin darme tiempo a pedirte perdón. Tenía tantas cosas que decirte que no hubiera sabido ni cómo empezar, aunque estoy segura de que tú me habrías entendido sin necesidad de palabras, como hasta ese fatídico día hiciste.
Siempre fuimos tú y yo, yo y tú pero, por encima de todo, y juntos en vez de por separado, éramos nosotros, sólo nosotros, contra todos los demás. Cuando te fuiste me hundí en la más profunda oscuridad, no sabía cómo salir de ella, no encontraba el camino. El tiempo pasaba, y cada vez te echaba más y más y más de menos. Nunca algo me había dolido tanto, quizá porque hasta entonces mis sentimientos habían estado dormidos. O al menos, nunca había sufrido de esa manera, nunca había sentido algo tan intenso. Mi corazón se rompía en pedacitos cada vez más pequeños, hasta que me fue imposible juntarlos de nuevo. Aquí todo estaba peor pero, al menos, respiraba.
Si pudiera volver a verte, te diría todo aquello que he guardado desde entonces hasta ahora en mi corazón, todas las palabras que quedaron sin decir, todo eso que necesitaba que supieras, para que pudieras entenderme y perdonarme, porque eso es lo que hace que duela hasta quemarme por dentro, haber estado tan cerca y no haber podido decirlo. Aunque sé que, de alguna manera, desde donde estás puedes saber lo que siento. Y sé que me has perdonado, lo noto. Lo siento todas las noches que percibo tu presencia junto a mí durante un precioso segundo, cuando de día me parece verte en la calle a lo lejos y el corazón me da un vuelco al ver una cabeza rubia entre la gente, o cuando apareces fugazmente en el reflejo de un espejo, detrás de mí, o a mi lado, o cuando simplemente necesito consuelo, que alguien me escuche, que alguien me cuide. Te siento aquí, a unos pocos centímetros, junto a mí, abrazándome. Dentro de mi corazón, donde siempre estarás.
Te sigo sintiendo a mi lado, como antes de que te hubieras ido. Fue por eso, porque ya no estabas (al menos, no físicamente), que aprendí a valorar cada buen momento, cada risa, y poco a poco, fue volviendo la luz. Pasé mucho tiempo antes de conseguirlo, pérdida, ahogándome entre la dolorosa tormenta que eran para mí tus recuerdos y el presente, sin saber hacia dónde ir, porque ni siquiera sabía de dónde venía. Te convertiste en mi estrella, esa que se colaba cada noche por la ventana de mi habitación, iluminando mis sueños y mostrándome un cachito más del camino de vuelta. Y entonces, el mundo, mi mundo volvió a girar, y, ya era hora, llevaba mucho tiempo parado, no me malinterpretes, sabes que no te he olvidado, pero sé que odiabas verme así y tú, desde ahí arriba, poco podías hacer por mí. Pero otra gente lo hizo por ti. Volví a reír hasta llorar, de alegría o algo que se le parezca, claro está. Salía, bailaba, gritaba, me lo pasaba bien. Era como si alguien me hubiera proporcionado el aceite que el motor de mi corazón necesitaba para volver a funcionar. Fue un estallido de luz, un soplo de aire fresco en mi interior que, poco a poco, fue disipando el dolor que había llevado tanto tiempo guardado dentro de mí. Tuve la sensación de que una ligera corriente de viento guiada por ti lo arrastraba muy, muy lejos, allí donde ya no llegaba a dañarme.
Volvieron a salir el Sol, la luna y las estrellas, todos los días y todas las noches. También volvió a correr el viento, y sentí de nuevo el agradable cosquilleo que siempre ha provocado en mi piel la caricia de la brisa del mar, con sus olas, con la arena, y con el olor a sal. La lluvia se llevó las pocas cenizas del dolor que quedaban. Podría decir que empecé a escuchar en vez de oír, a ver en vez de mirar. Me encantaba mi capacidad de poder redescubrir todo lo que un día había conocido, y poderme maravillar con ello como si fuera la primera vez que lo tenía delante. Fue como si volviera a nacer.
Aprendí que no todo era blanco o negro, sino que había una infinita escala de grises en medio esperando a ser descubiertos, utilizados por alguien para matizar un sentimiento, un pensamiento, una experiencia. Todo volvía a brillar, igual que tú, aquel día que te vi sentado en la que ahora es tu estrella, enseñándome el camino, recordándome una vez más, todas las razones para ser feliz que había tenido a mi lado durante todo ese tiempo y que no yo no veía. Y comprendí que para seguir adelante y ser feliz, me bastaba con saber que, de alguna manera, ibas a estar siempre conmigo, que nunca me ibas a dejar sola, tal y como prometimos aquella vez.
Ahora, te siento más conmigo de lo que te he sentido en todo este tiempo, noto cómo me abrazas cada vez más fuerte hasta casi dejarme sin respiración, cómo apoyas tu cabeza en mi hombro. Sabes que permaneceré a tu lado hasta que el hielo queme y el fuego, hiele. Mientras tanto, no me separaré de ti, aún cuando nuestras manos se quemen al cogerse y nos muramos de frío.
Siempre fuimos tú y yo, yo y tú pero, por encima de todo, y juntos en vez de por separado, éramos nosotros, sólo nosotros, contra todos los demás. Cuando te fuiste me hundí en la más profunda oscuridad, no sabía cómo salir de ella, no encontraba el camino. El tiempo pasaba, y cada vez te echaba más y más y más de menos. Nunca algo me había dolido tanto, quizá porque hasta entonces mis sentimientos habían estado dormidos. O al menos, nunca había sufrido de esa manera, nunca había sentido algo tan intenso. Mi corazón se rompía en pedacitos cada vez más pequeños, hasta que me fue imposible juntarlos de nuevo. Aquí todo estaba peor pero, al menos, respiraba.
Si pudiera volver a verte, te diría todo aquello que he guardado desde entonces hasta ahora en mi corazón, todas las palabras que quedaron sin decir, todo eso que necesitaba que supieras, para que pudieras entenderme y perdonarme, porque eso es lo que hace que duela hasta quemarme por dentro, haber estado tan cerca y no haber podido decirlo. Aunque sé que, de alguna manera, desde donde estás puedes saber lo que siento. Y sé que me has perdonado, lo noto. Lo siento todas las noches que percibo tu presencia junto a mí durante un precioso segundo, cuando de día me parece verte en la calle a lo lejos y el corazón me da un vuelco al ver una cabeza rubia entre la gente, o cuando apareces fugazmente en el reflejo de un espejo, detrás de mí, o a mi lado, o cuando simplemente necesito consuelo, que alguien me escuche, que alguien me cuide. Te siento aquí, a unos pocos centímetros, junto a mí, abrazándome. Dentro de mi corazón, donde siempre estarás.
Te sigo sintiendo a mi lado, como antes de que te hubieras ido. Fue por eso, porque ya no estabas (al menos, no físicamente), que aprendí a valorar cada buen momento, cada risa, y poco a poco, fue volviendo la luz. Pasé mucho tiempo antes de conseguirlo, pérdida, ahogándome entre la dolorosa tormenta que eran para mí tus recuerdos y el presente, sin saber hacia dónde ir, porque ni siquiera sabía de dónde venía. Te convertiste en mi estrella, esa que se colaba cada noche por la ventana de mi habitación, iluminando mis sueños y mostrándome un cachito más del camino de vuelta. Y entonces, el mundo, mi mundo volvió a girar, y, ya era hora, llevaba mucho tiempo parado, no me malinterpretes, sabes que no te he olvidado, pero sé que odiabas verme así y tú, desde ahí arriba, poco podías hacer por mí. Pero otra gente lo hizo por ti. Volví a reír hasta llorar, de alegría o algo que se le parezca, claro está. Salía, bailaba, gritaba, me lo pasaba bien. Era como si alguien me hubiera proporcionado el aceite que el motor de mi corazón necesitaba para volver a funcionar. Fue un estallido de luz, un soplo de aire fresco en mi interior que, poco a poco, fue disipando el dolor que había llevado tanto tiempo guardado dentro de mí. Tuve la sensación de que una ligera corriente de viento guiada por ti lo arrastraba muy, muy lejos, allí donde ya no llegaba a dañarme.
Volvieron a salir el Sol, la luna y las estrellas, todos los días y todas las noches. También volvió a correr el viento, y sentí de nuevo el agradable cosquilleo que siempre ha provocado en mi piel la caricia de la brisa del mar, con sus olas, con la arena, y con el olor a sal. La lluvia se llevó las pocas cenizas del dolor que quedaban. Podría decir que empecé a escuchar en vez de oír, a ver en vez de mirar. Me encantaba mi capacidad de poder redescubrir todo lo que un día había conocido, y poderme maravillar con ello como si fuera la primera vez que lo tenía delante. Fue como si volviera a nacer.
Aprendí que no todo era blanco o negro, sino que había una infinita escala de grises en medio esperando a ser descubiertos, utilizados por alguien para matizar un sentimiento, un pensamiento, una experiencia. Todo volvía a brillar, igual que tú, aquel día que te vi sentado en la que ahora es tu estrella, enseñándome el camino, recordándome una vez más, todas las razones para ser feliz que había tenido a mi lado durante todo ese tiempo y que no yo no veía. Y comprendí que para seguir adelante y ser feliz, me bastaba con saber que, de alguna manera, ibas a estar siempre conmigo, que nunca me ibas a dejar sola, tal y como prometimos aquella vez.
Ahora, te siento más conmigo de lo que te he sentido en todo este tiempo, noto cómo me abrazas cada vez más fuerte hasta casi dejarme sin respiración, cómo apoyas tu cabeza en mi hombro. Sabes que permaneceré a tu lado hasta que el hielo queme y el fuego, hiele. Mientras tanto, no me separaré de ti, aún cuando nuestras manos se quemen al cogerse y nos muramos de frío.
E.F.
1º Bachillerato
No hay comentarios:
Publicar un comentario