17 dic 2012

NO SIN TI, TODO CONTIGO


Y ahí estaba yo, hace diez años, decidida a irme como fuese a Brasil. A mí nadie me separaba de mi amiga Rosi. Nadie pudo separarnos cuando, a los 12 años, nuestros padres quisieron llevarnos a cada una a un instituto diferente. Yo convencí a mi padre para que me dejase ir al mismo que ella. Me costó mucho. Tardé días, casi una semana, en convencerle. Tampoco pudieron decirme que no a ir con ella a la academia de inglés. Yo nunca había necesitado una pero, cuando ella se apuntó a aquella que estaba al lado de su casa, yo decidí que iría como fuese. Si de verdad me hubiese interesado aprender inglés me habría apuntado a la que estaba al lado de mi casa, por ejemplo. Sin embargo, convencí a mis padres para ir a la otra esquina de la cuidad cada tarde, sólo porque yo quería estar con Rosi.


Lo mismo pasó cuando se apuntó a la Escuela Oficial de Idiomas para aprender francés. A mí nunca llegó a gustarme el francés, ni siquiera a interesarme. Siempre, siempre íbamos juntas a todos los sitios. Cuando me dijo que se iba a Brasil porque tenía familia y porque quería estudiar allí, me puse como una loca. ¿Qué iba a hacer yo entonces? Iría sola a todos los sitios.

El hecho de que se fuera a Brasil no fue lo único que me hizo ponerme así. Ella me lo dijo con mucha tranquilidad, como si le diese igual. Eso me irritó muchísimo. Entonces pensé en que todos esos años que habíamos pasado juntas, ella simplemente me había utilizado, que en realidad no le interesaba nada. Se lo dije. Me dijo que para nada, que le encantaba estar conmigo. Me fui a casa.

Cuando entré por la puerta, anuncié, con mucha tranquilidad, como quien dice que va a comprar el pan, que me iba a Brasil. Mi madre abrió involuntariamente la boca y mi padre soltó una risita ahogada. Pocos segundos después advirtieron que lo decía en serio. Los dos me echaron un sermón interminable sobre cantidad de cosas que yo ni siquiera escuché. Estaba empeñada en irme como fuese a Brasil y sabía perfectamente que eso jamás me lo dejarían hacer. Dije que lo había entendido todo y me fui a mi habitación. Comencé a hacer planes mentales sobre lo que me llevaría y lo que no. El viernes tenía que estar todo preparado.

Pasé los siguientes dos días medio en trance. Pasaba el tiempo pensando en lo que tendría que llevarme para un viaje de tales dimensiones. No había vuelto a mencionar nada a mis padres, por lo tanto pensaban que el capricho ya había desaparecido de mi cabeza. Rosi me había dicho que se iba en el tren de las doce de la noche hasta Madrid, donde cogería el avión a Brasil.

El viernes cené como en un día normal. Fui al salón y vi la tele junto a los demás y después hice como que me iba a dormir, pero en realidad fui a mi habitación a darle los últimos retoques a la maleta, ya preparada, que tenía escondida en el armario. Ya estaba casi todo dentro: la ropa, algo de comida y tres pares de zapatos. Sólo me faltaba el cepillo de dientes, que siempre dejaba para el final como había aprendido de mi madre en viajes anteriores. El cepillo de dientes siempre es lo último que guardas porque siempre tienes que usarlo en el último momento. Guardé el cepillo de dientes en la maleta y la cerré.

No solo hice la maleta y salí de casa. Tal vez alguien pensó que en el último momento miraría atrás, vería mi casa y me daría demasiada pena irme. Pero no. Yo ni siquiera miré atrás. Las magnitudes de mi capricho eran tan grandes que a las doce en punto de la noche estaba plantada en la estación de tren esperando a Rosi. La ví venir. pensé que le sorprendería mucho verme, porque a ella tampoco la había dicho nada. Sin embargo, cuando me vió, simplemente me saludó y las dos nos dirigimos juntas al tren.

Hoy en día comprendo por qué verme allí no le sorprendió. Sabía perfectamente que aquello ocurriría; me conocía demasiado bien. Cuando ya íbamos a entrar por la puerta del tren, me sujetó y dijo:

- Tal vez creas que esto te lo digo porque no me importas, pero es todo lo contrario; me importas tanto que quiero lo mejor para ti y para eso tengo que alejarme de ti. No podemos seguir juntas toda la vida. Este momento llegaría tarde o temprano. Cada una debe hacer su propia vida, por separado, no a la vez. Yo lo comprendí hace unos cuantos meses y decidí que esto sería lo mejor para las dos. Esto no quiere decir que no podamos seguir siendo amigas. De hecho yo estaría encantada de seguir siéndolo. ¿Lo entiendes?

Yo asentí, aunque apenas había sido capaz de asimilar la cuarta parte. Hicimos nuestro juramento de amigas para siempre y el tren se alejó dejándome allí, reflexionando sobre las bonitas palabras de Rosi.
Julia de D. A.
2º ESO

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