Y ahí estaba yo, hace diez años, decidida a irme como fuese a Brasil. A mí nadie me separaba de mi amiga Rosi. Nadie pudo separarnos cuando, a los 12 años, nuestros padres quisieron llevarnos a cada una a un instituto diferente. Yo convencí a mi padre para que me dejase ir al mismo que ella. Me costó mucho. Tardé días, casi una semana, en convencerle. Tampoco pudieron decirme que no a ir con ella a la academia de inglés. Yo nunca había necesitado una pero, cuando ella se apuntó a aquella que estaba al lado de su casa, yo decidí que iría como fuese. Si de verdad me hubiese interesado aprender inglés me habría apuntado a la que estaba al lado de mi casa, por ejemplo. Sin embargo, convencí a mis padres para ir a la otra esquina de la cuidad cada tarde, sólo porque yo quería estar con Rosi.
 Lo mismo
pasó cuando se apuntó a la Escuela Oficial de Idiomas para aprender
francés. A mí nunca llegó a gustarme el francés, ni siquiera a
interesarme. Siempre, siempre íbamos juntas a todos los sitios. Cuando
me dijo que se iba a Brasil porque tenía familia y porque quería
estudiar allí, me puse como una loca. ¿Qué iba a hacer yo
entonces? Iría sola a todos los sitios.
 El hecho
de que se fuera a Brasil no fue lo único que me hizo ponerme así.
Ella me lo dijo con mucha tranquilidad, como si le diese igual. Eso
me irritó muchísimo. Entonces pensé en que todos esos años que
habíamos pasado juntas, ella simplemente me había utilizado, que en
realidad no le interesaba nada. Se lo dije. Me dijo que para nada,
que le encantaba estar conmigo. Me fui a casa.
 Cuando
entré por la puerta, anuncié, con mucha tranquilidad, como quien
dice que va a comprar el pan, que me iba a Brasil. Mi madre abrió
involuntariamente la boca y mi padre soltó una risita ahogada. Pocos
segundos después advirtieron que lo decía en serio. Los dos me
echaron un sermón interminable sobre cantidad de cosas que yo ni
siquiera escuché. Estaba empeñada en irme como fuese a Brasil y
sabía perfectamente que eso jamás me lo dejarían hacer. Dije que
lo había entendido todo y me fui a mi habitación. Comencé a hacer
planes mentales sobre lo que me llevaría y lo que no. El viernes
tenía que estar todo preparado.
 Pasé
los siguientes dos días medio en trance. Pasaba el tiempo pensando
en lo que tendría que llevarme para un viaje de tales dimensiones. No había
vuelto a mencionar nada a mis padres, por lo tanto pensaban que el
capricho ya había desaparecido de mi cabeza. Rosi me había dicho
que se iba en el tren de las doce de la noche hasta Madrid, donde
cogería el avión a Brasil.
 El
viernes cené como en un día normal. Fui al salón y vi la tele
junto a los demás y después hice como que me iba a dormir, pero en
realidad fui a mi habitación a darle los últimos retoques a la
maleta, ya preparada, que tenía escondida en el armario. Ya estaba
casi todo dentro: la ropa, algo de comida y tres pares de zapatos.
Sólo me faltaba el cepillo de dientes, que siempre dejaba para el
final como había aprendido de mi madre en viajes anteriores. El
cepillo de dientes siempre es lo último que guardas porque siempre
tienes que usarlo en el último momento. Guardé el cepillo de
dientes en la maleta y la cerré.
 No solo
hice la maleta y salí de casa. Tal vez alguien pensó que en el
último momento miraría atrás, vería mi casa y me daría
demasiada pena irme. Pero no. Yo ni siquiera miré atrás. Las
magnitudes de mi capricho eran tan grandes que a las doce en punto de
la noche estaba plantada en la estación de tren esperando a Rosi.
La ví venir. pensé que le sorprendería mucho verme, porque a ella
tampoco la había dicho nada. Sin embargo, cuando me vió,
simplemente me saludó y las dos nos dirigimos juntas al tren. 
 Hoy en
día comprendo por qué verme allí no le sorprendió. Sabía
perfectamente que aquello ocurriría; me conocía demasiado bien.
Cuando ya íbamos a entrar por la puerta del tren, me sujetó y dijo:
 - Tal
vez creas que esto te lo digo porque no me importas, pero es todo lo
contrario; me importas tanto que quiero lo mejor para ti y para eso
tengo que alejarme de ti. No podemos seguir juntas toda la vida. Este
momento llegaría tarde o temprano. Cada una debe hacer su propia
vida, por separado, no a la vez. Yo lo comprendí hace unos cuantos
meses y decidí que esto sería lo mejor para las dos. Esto no
quiere decir que no podamos seguir siendo amigas. De hecho yo estaría
encantada de seguir siéndolo. ¿Lo entiendes?
 Yo
asentí, aunque apenas había sido capaz de asimilar la cuarta parte.
Hicimos nuestro juramento de amigas para siempre y el tren se alejó
dejándome allí, reflexionando sobre las bonitas palabras de Rosi.
 Julia de
D. A.
2º ESO
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