28 ene 2011

HUGO Y EL BURRITO


Érase una vez en un pueblo, un hombre muy hacendoso que cuidaba de todas sus pertenencias con mucho cariño, entre ellas, un pequeño burrito. El asno se alimentaba de la hierba del campo donde vivía, pero de vez en cuando, el señor le daba alguna zanahoria de su huerto. El hombre, como cualquier ser humano, iba envejeciendo, hasta que una horrible mañana de agosto, el pobre hombre murió.

El asno se sentía muy solo, ¿ya nadie le iba a visitar!, se puso muy triste y empezó a tener mucha hambre, pues la hierba se estaba acabando y se tenía que alimentar de hojas secas, hasta que un buen día paso por delante del prado el hijo del herrero, Hugo, que no tenía más de diez años pero vio al burro tan triste, que decidió hacerle compañía y darle de comer. Hugo habló al burrito durante horas hasta que se hizo de noche y tuvo que irse a casa, pero prometiendo volver al día siguiente. Y así lo hizo. El pequeño Hugo volvió a ver al asno, pero no venía solo, con él venía su hermano pequeño, Héctor. Los tres juntos pasaron una tarde muy agradable. Pero al día siguiente Héctor no volvió, sin embargo Hugo sí, y traía con él una almohada para el burrito.

Y así pasaban los días: entre risas y rebuznos, ambos disfrutaban juntos. Y acabó el verano; que dio paso al otoño. Cayeron las primeras heladas a las que el burro no estaba acostumbrado. Hugo empezó el colegio y ya no podía ir a ver a diario a su amigo. El pobre asno se estaba quedando en los huesos. Su frágil cuerpo no aguantaría muchas noches más, y él lo sabía. Así que una noche, al ver que si no moría hoy, moriría mañana, inhaló por última vez el gélido aire y cayó suavemente sobre la almohada que le había regalado su único amigo. Y así abandonó este hostil mundo, con la imagen de Hugo, de todas aquellas inolvidables tardes de verano, con la imagen de su héroe, el que le había salvado de morir de hambre y de soledad, la más dolorosa de las muertes. Y una lágrima, una sola, brotó de los ojos brillantes del animal en su último destello de vida.

A la mañana siguiente, Hugo se levantó muy temprano para poder ir a ver a su amigo antes de empezar las clases, pero al llegar al tantas veces visitado prado, se encontró al asno tumbado en su almohada, inerte, helado, húmedo del rocío... vacío de vida, La tierna mente infantil del pequeño, quiso despertarle, pero al no conseguirlo lo comprendió todo. Primero se puso histérico, impotente, luego lloró desconsoladamente y, por último, fuerte como el hiero, pensó que a todos nos llega la hora inevitablemente. Acarició por última vez el hocico frío del burro. Corrió a casa, rompió su hucha, compró flores y cubrió de halagos a su amigo por todo el pueblo, así que a su entierro acudió casi todo el pueblo. Su particular homenaje, a su particular amigo. Ahora todos recuerdan con admiración la valentía y madurez con la que Hugo afrontó la muerte de su amigo y él es el modelo a seguir del pueblo.
MSM - 3ºB

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