28 ene 2011

MIS PRIMEROS RECUERDOS DE COLEGIO


Empezar el colegio. Sería un gran paso: de la guardería Goofy al colegio Santa Teresa. ¡Qué bien! Conocería a nuevos niños. Más amigos con los que jugar. Más juegos distintos. Otra rutina. Lo único que no me gustaba de cambiar de sitio era que esos taxis en los que me subía ya no estarían. Tenía que ir a dormir. Era tarde para mí y al día siguiente tendría que estar radiante. Sería un día agotador.

¡Por fin era hora de empezar el colegio! Mi madre me vistió con uno de esos vestiditos tan cucos que llevaba cuando era pequeña, me peinó con un quiqui y me bajó al piso de abajo para que mi abuelita me llevase a clase. Llegué al hall. Era enorme. Había muchas escaleras. Quería subir por ellas. Mi abuela no me dejó. Me llevó por una puertita que había al fondo a la derecha. Qué oscuro parecía todo. Subí cuidadosamente los cuatro peldaños que había. Entonces comencé a ver niños. Muchos niños. Yo estaba muy feliz de empezar. Iba directa a la primera clase. Antes de entrar vi a un niño que estaba llorando. Pobrecito. Intenté consolarlo. Parecía que lo conseguí. Estaba tan contenta y tenía tantas ganas de entrar, que fui sin despedirme de mi abuela. Entré corriendo en la clase. Quería ver todos los juguetes que había.

Dentro de la clase había aún más niños y un montón de juegos. Una casita. ¡Cuánto tiempo me pasé en esa casita! Hacía todas mis tareas rápido para poder entrar lo antes posible. Sin duda alguna, era mi favorita. Dentro podías crear tu propio mundo, jugar a que eras mayor: preparar la comida, dar de comer a tus hijos, llamar a tus amigas… Todo lo que a tu imaginación se le antojase. Pero no solo me gustaba la casita. También las pinturas de dedo. Era muy divertido mancharte el dedo de un color y plasmar un dibujo en una hoja. Aunque luego los demás no entendiesen lo que era, tú si lo entendías. Era tu creación, tu obra de arte. Te sentías importante. Cuando terminaba lo único que quería era salir rápido, llegar a casa para poder ver Fraggel Rock mientras comía. Por la tarde, a las tres, tenía que volver a ir al colegio, así que, no me daba tiempo a ver todos mis dibujos favoritos.

Día tras día mi abuelito era el que me llevaba a clase. Por el camino yo le hacía un gesto con las manos para que me llevase en brazos. Era un trayecto muy cansado para unas piernecitas tan cortas como las mías. Él siempre me acompañaba hasta la pequeña puerta de mi clase. Le daba un beso y entraba corriendo para empezar a jugar con mis amigos.

En el transcurso de los años, íbamos perdiendo compañeros y ganando otros nuevos. Aún recuerdo algunos de sus nombres: Luisín, Raquel, Johanna, Alicia, Beatriz… Fueron bastantes los que se fueron. Algunos otros, sin embargo, llegaron hasta aquí. Pocos son los que sí que pasaron doce años conmigo y en mi misma clase. Otros a lo mejor solo siete, cinco o incluso dos. Pero, ¿qué más da? Doce, tres... A todos los quiero. Y con todos he tenido momentos inolvidables. Espero que los años sigan aumentando y que con algunos no sean catorce ni quince sino muchos más.
ISC - 3º ESO-A

1 comentario: