Saqué la mano del bolsillo 
izquierdo de mi pantalón y acaricié la pequeña caja, aquella donde 
guardaba los recuerdos de mamá. La abrí y encontré la carta que ella me 
había escrito hace ya cuatro años, aunque yo no le había dado la menor 
importancia hasta hace escasamente un mes: “Cuídate, la pintora puede 
dar contigo, posee una lupa muy especial”. A menudo, mi madre y yo 
jugábamos a crear un ámbito de intriga, misterio, diversión... pero 
sólo "jugábamos”.
Pero ahora todo ha cambiado. Una mañana fría de otoño, mamá
 se fue. Desde entonces papá no va a trabajar, me rehúye y se refugia 
en sus pensamientos. Se sienta en un banco en el parque y permanece con 
la mirada perdida. Estoy preocupado por él, aunque solo tengo trece 
años. 
Hace días que mi única compañía son las muchas cartas de mamá. Después de leerlas y releerlas una y otra vez me di cuenta de que su letra disminuía de tamaño. Cogí la lupa de mamá, la de investigadora, y miré cuidadosamente sobre su lente. De pronto, me trasladé a un mundo nuevo en el que yo guiaba y dominaba mi propia persona sin dejarme llevar por los demás.
Ante tal descubrimiento, volví a mirar y me transporté al pueblo. Viví grandes y maravillosos momentos de mi infancia que no había sabido aprovechar con mamá. Con esta aventura aprendí que no valoras lo que tienes a la mano hasta que lo pierdes.
 
Hace días que mi única compañía son las muchas cartas de mamá. Después de leerlas y releerlas una y otra vez me di cuenta de que su letra disminuía de tamaño. Cogí la lupa de mamá, la de investigadora, y miré cuidadosamente sobre su lente. De pronto, me trasladé a un mundo nuevo en el que yo guiaba y dominaba mi propia persona sin dejarme llevar por los demás.
Ante tal descubrimiento, volví a mirar y me transporté al pueblo. Viví grandes y maravillosos momentos de mi infancia que no había sabido aprovechar con mamá. Con esta aventura aprendí que no valoras lo que tienes a la mano hasta que lo pierdes.
No podía 
dejar de hacerlo, mirar por la lupa se convirtió en mi compañero 
infatigable, de esta manera podía ser quien yo quería ser. La última vez
 que miré por ella, me situé en el parque, pero lo que yo observaba no 
era bonito; vi a mi padre sólo, llorando. Lo único que se me ocurrió 
entonces fue recurrir a mamá y entonces me convertí en un hombre 
enmascarado. Me acerqué a papá con sigilo, pero para mi sorpresa él 
dijo:
- Hijo... ¿pero tú que haces aquí?
- Hijo... ¿pero tú que haces aquí?
- Papá ¿cómo sabes quién soy si voy disfrazado?
 
-  Lo sé porque cuando te veo, soy más feliz, tú eres la lupa de mi felicidad.
Estaba asustado, había algo 
especial entre papá  y yo. Cuando me quise dar cuenta, estaba atrapado 
por la lupa, la misma que se había convertido en mi jaula. De pronto 
sentí que me derrumbaba y, cuando una lágrima resbalaba por mi mejilla, 
papá levantó la cabeza  y dijo:
 
- Luis, sé que últimamente he estado muy raro, pero desde ahora voy a 
hacerte feliz, seré la lupa por la que siempre podrás mirar.            
 
                                        
En 
ese emotivo momento no pudimos evitar abrazarnos y sentí cómo latían 
nuestros cercanos corazones. Así fue como papá se despojó de su disfraz 
de hombre enmascarado y se vistió de mi Alegría y mi Felicidad.
Alejandra Guijo
2º ESO 
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