Hace menos de doce años que hemos estrenado el siglo XXI. Estamos tan acostumbrados a él que nos resulta casi inconcebible entender cómo las personas mayores no necesitan sentir en todo momento su smartphone en el bolsillo derecho del pantalón. Ciertamente no podría numerar las veces que un adulto me ha dicho lo difícil que le resulta dominar las nuevas tecnologías. Pero sin duda alguna, si alguien que hubiese nacido a principios del siglo pasado se asomase al presente, no podría decir para que sirven ni la mitad de los aparatos que usamos diariamente.
En función de nuestra edad tenemos una mayor o menor facilidad para adaptarnos a los nuevos productos y posibilidades que van surgiendo. Así, nuestros padres olvidan fácilmente cómo revisar su correo electrónico mientras que el niño más pequeño que conocemos prefiere entretenerse con una consola a jugar con una pelota. Sinceramente opino que aprovechar la oportunidad de vivir en un modo más cómodo y seguro es algo que tenemos la obligación de aprovechar.
A pesar de todo, en un mundo desenfrenado como el nuestro cabe preguntarse si estamos haciendo un buen uso de nuestro potencial. Por un lado, la cara más progresista de nuestro planeta nos muestra que hemos logrado enormes avances científicos a todos los niveles y gracias a ellos hemos mejorado nuestra calidad de vida. Por otro, nos decepcionamos al ver que hemos explotado al máximo los recursos naturales de algunas naciones dejándolas atrás en favor de otras. Hemos ignorado sus derechos básicos y, aunque podemos remediarlo, no lo hacemos. Además no debemos olvidar que estamos llevando a cabo progresos de los cuales no estamos midiendo, en la mayoría de los casos, sus repercusiones éticas y sociales a largo plazo. De ahí que podamos sentir un amargo desengaño sobre las aparentes ventajas del progreso.
De todas formas, optar por una opción optimista es quizá la única que nos ayude a reconducir nuestro caminar, por la sencilla razón de que no intentar enmendar nuestros errores ni de mejorar nuestros aciertos solo sería sinónimo de cerrarnos puertas. Tratemos pues de reparar los daños que nos hemos causado. Eduquemos a nuestra sociedad en base a un correcto uso de la tecnología. Pongámosla al servicio de las personas manteniendo una educación basada en el respeto absoluto de la integridad humana. De este modo quizá logremos equilibrar la balanza y establecer relaciones de mutuo beneficio que nos permitan seguir adelante.
Sara C. M.
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