17 may 2012

¿ERES COMO CREES QUE ERES?


Me llamo Mikaila, Mikaila Mikelston. Os voy a contar mi historia, lo que me pasó con un espejo. Es sorprendente, intrigante poco habitual y misterioso.

Todo comenzó un día, un día cualquiera de colegio. El profesor nos estaba explicando cómo se producen reflejos con un espejo y nos mandó llevar a clase un espejo, un espejo que, como mucho, nos viéramos en él nuestros ojos; es decir, pequeñito.

Yo por la noche lo dejé todo preparado. Cuando me desperté por la mañana, me vestí y metí el espejo dentro del bolsillo del pantalón.

Cuando llegué a clase me tocó leer la teoría de los reflejos y realizar la práctica sobre ellos. “¡Qué suerte he tenido!”, dije sarcásticamente para mis adentros. Yo, dispuesta a comenzar, saqué el libro, lo abrí y, por mucho que hurgaba en mis bolsillos, no encontraba el espejo. No podía ser. Yo estaba segura de haberlo cogido. Por más que miraba y rebuscaba, no lo encontraba, hasta que miré encima de la mesa y allí estaba el “espejito”. No podía creerlo. Pero no estaba igual, tenía unas letras chinas escritas con tinta negra y verde. Me quedé sorprendida, en estado de “shock”.

La luz que entra por la ventana reflejó en el espejo y me cegó. En ese instante tuve como un sueño. Yo me encontraba muy nerviosa porque sabía que estaba en clase, pero no veía a nadie, ni a Mathius, el profesor, ni a ninguno de mis compañeros. De repente, cayó un espejo de la nada. Era grande, gigante y me veía en él, pero no como era yo, sino de mayor o más pequeña. Lo único que alcanzaba a ver mi vista eran espejos y más espejos. Estaba en un laberinto de espejos.

De repente, no sé por qué pero empecé a hablar en chino. Era muy raro. Me salían sin pensar palabras chinas y las entendía. De pronto recordé las letras escritas en el espejo que decían: “¿Te has encontrado a ti misma, o eres otra persona diferente?”. No podía creerlo. Pensando y reflexionando un rato sobre las palabras, llegué a la conclusión de que el espejo, o quien quiera que fuese, quería que me encontrara a mí misma, con mi edad reflejada en uno de los espejos de ese laberinto. Me armé de valor y fui buscando. No encontraba nada, solo a mí de mayor, cuando era pequeña, cómo sería si fuera un chico… No sabía cómo resolver este enigma y encima ya estaba algo cansada. Me senté en uno de los espejos que había en el suelo y estuve pensando que yo no era como las que había en los espejos. Yo era morena, con ojos azules, alegre, divertida, más bien baja, simpática, tenía mucha empatía, era solidaria… A medida que iba  describiéndome, iba viendo un pequeño circulito de nítida luz que poco a poco se iba haciendo más grande y podía ver mi clase, hasta que llegué a ver a mis compañeros. Todos me estaban mirando. Yo estaba medio llorando, muy triste, no sabía por qué.

Después de todo esto, cuando llegué a mi casa estuve pensando en lo que me había ocurrido en clase y me acordé de que ese espejito me lo había dado mi abuela y ella muchas veces me decía: ”Siempre sé tú misma, nunca seas la persona que te hagan ser los demás”. Además, cuando me lo dio me dijo: ”Esto es para que te mires en él y veas a Mikaila Mikelston y no a Mikaila II”. Entonces comprendí que mi abuela ya había llegado a un punto en el que no me veía a mí, sino a otra Mikaila diferente a la que ella conoció cuando vivía en Pekín.

Sophía - 2º ESO

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