Abrí la puerta y sobre la mesa volví a ver, como todas las tardes, aquellos tulipanes. No sé quien me los envía ni por qué. Lo único que sé es que desde hace casi un mes, cuando llego a casa, me encuentro un ramo de rojos tulipanes. Rojos como el sol del atardecer. El primer día era un ramo de treinta tulipanes, al día siguiente era de veintinueve y así sucesivamente. Hoy son cinco. Cada día que pasa me consume la intriga pensando en qué pasará cuando reciba el último tulipán. Miré el reloj. ¡Vaya! Se había estropeado.
    Salí a la calle y me dirigí a la relojería. El día era  oscuro y frío y el cielo estaba cubierto por un manto de nubes negras como el carbón. Llegué hasta la puerta de aquella tienda. Entré y le pregunté al relojero si podía enseñarme algún reloj de pared. Fue al almacén y me trajo unos cuantos. Había uno de madera antigua, cristal rosado y agujas de metal. Me encantó y me decidí a comprarlo. El relojero se sorprendió mucho y me dijo:
    - Este reloj tiene como complemento uno de pulsera. El reloj de pulsera es muy especial y encierra un gran secreto. Es diferente a los demás. Si sabes buscar su secreto y le pones empeño,  podrás controlar tu propio tiempo.
    Salí de aquella extraña empresa con la sensación de haber descubierto algo importante sin saber muy bien el qué. Me dirigí hacia el paseo marítimo. Me senté en un banco a contemplar el mar y después de un rato saqué mi nuevo reloj del bolsillo. Le di vueltas, apreté todos los botones pero no encontré nada especial.
    No podía dejar de mirar embelesada las olas que bramaban y rugían furiosas. Solo me quedaba un botón por apretar, un botón, y lo pulsé a la vez que pensaba cómo me gustaría poder para el tiempo para admirar las olas durante mucho más tiempo. Y ocurrió como por arte de magia. Todo a mí alrededor dejó de moverse. Los pájaros, los caminantes, las hojas levantadas por el viento, incluso las olas.
    Descubrí que ese era el gran secreto del reloj. Lo miré más detenidamente y encontré, en la parte de atrás un compartimento secreto con un dibujo de una bicicleta. Lo presioné y encontré dos botones: uno que ponía “atrás” y otro que ponía “adelante”. Me entraron ganas de adelantar el tiempo para saber qué pasaría cuando recibiera el último tulipán. Pero tuve paciencia.
    Pasaron los días y con ellos las entregas de los tulipanes. El último día, cuando llegué a casa, no había ninguna flor sobre la mesa. La casa parecía sin vida cuando faltaba aquella nota de color, de un color rojo fuego, que eran los tulipanes. 
    Decidí sentarme a esperar. Me preparé un chocolate caliente, me descalcé y me senté en mi sillón cerca del fuego. A través del cristalino cristal de la ventana se podía ver cómo la calle empezaba a teñirse de blanco con las primeras nieves del invierno. De repente, sonó el timbre. Tal fue mi sorpresa que derramé el chocolate al levantarme. Corrí hacia la puerta. Nada más moví la manilla de la puerta, la adrenalina empezó a correr por mis venas.
    Al otro lado pude distinguir la negra silueta de una señora recortada contra la nieve. Su cara me sonaba mucho, pero no terminaba de reconocerla. Un sudor frío recorría mi espalda y sentí congelar mi alma cuando un recuerdo llenó mi mente. ¡Era mi mejor amiga de la infancia! Pero no podía ser ella. Había muerto en un accidente de coche cuando teníamos 18 años. Su familia me culpaba porque yo iba al volante aquella noche. Y en ese momento supe que ella también. En sus manos sujetaba un único tulipán rojo, rojo sangre.
    Me di la vuelta y entré en casa para remediarlo. Cogí el reloj y deseé con todas mis fuerzas que el tiempo se parara.
    Abrí el compartimento secreto y di para atrás el tiempo. Esa noche no cogí el coche, fuimos caminando a casa. Y al día siguiente fui a verla y le regalé un enorme ramo de tulipanes rojos, de un rojo color amor.
Gala - 2º ESO 
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