Resulta, cuanto menos,
curioso averiguar el origen del propio nombre. Investigar de dónde procede mi
nombre, Arantxa, me ha permitido, por una parte, aprender un poco más sobre la
importancia del origen etimológico de nuestros nombres; y por otra, profundizar
en el conocimiento de mis antepasados y en mi propio autoconocimiento. Ahora
entiendo lo que quería decir José Antonio Millán cuando afirmaba en su página
web, que ‘’un hombre y un nombre van unidos’’.
Utilizaré
mi nombre, Arantxa como ejemplo para explicar la transcendencia de un nombre
propio, desde una triple perspectiva. Primero, como atributo ligado a una
persona; en este caso, ligado a mí misma. Segundo, por su relación con mi
propia genealogía, y en último lugar, por su relación con la sociedad. Estos
tres aspectos aparecen, lógicamente, interrelacionados.
Con
respecto al primer punto, en mi caso particular, fueron mis padres quienes
eligieron este nombre. Después de preguntarles por los motivos de su elección, he
sabido que tuvieron en cuenta varias consideraciones. La más importante fue
encontrar un nombre que les gustara, que estéticamente resultase atractivo.
Arantxa no solo les pareció acertado en ella, sino también a mis abuelos,
especialmente a mi abuela paterna; esto enlaza con el segundo motivo: el origen
vasco de Arantxa. Mi abuela siempre mostró especial interés por conservar el
vínculo con las raíces vascas de nuestra familia, la familia ‘’Oliden’’. Tanto
a ella como a mis padres, les pareció a la vez oportuno y original elegir un
nombre vasco que encajara con mi apellido.
He de
admitir que aplaudo esta elección sobre mi nombre. Al igual que para mis
padres, para mí, el motivo más importante es el estético. Desde mi punto de
vista, ‘’Arantxa’’ es un nombre, a la vez sencillo, sonoro y que me evoca
cierta asertividad, e incluso rotundidad. Si dejo volar mi imaginación, puedo
apreciar alguna semejanza entre ‘’Arantxa’’ y su etimología popular que lo
asocia con los espinos. Tanto en mi nombre como en mi carácter intuyo cierto
paralelismo y ambivalencia: por una parte, está la indudable belleza de los
espinos, con sus flores blancas y olorosas (me resulta curioso que tanto en la
palabra blanca, como en Alba y Arantxa, la única vocal sea la ‘’a’’), y por
otra, sus ramas espinosas le dan un toque de fortaleza, un ingrediente que le
aporta un matiz arisco, que tengo que reconocer que también yo poseo, no solo
en mi persona, sino incluso en mi nombre Arantxa. Es como si la vocal de mi
nombre le aportara la inocente blancura y belleza; y la rotundidad de los
sonidos consonánticos aportarán ese tono arisco defensivo. Por ello, estoy
convencida de lo acertado de la elección de mi nombre, ya que encaja
perfectamente conmigo misma.
En cuanto al segundo motivo para elegir este nombre: el
genealógico, como ya apunté más arriba, no discrepo en absoluto de la
voluntad de mi familia; por el contrario, lo veo como un motivo perfectamente
válido y acertado. No es que menosprecie otras opciones, como elegir el santo
del día, -en mi caso, me hubiera llamado Isidora- o el nombre de la madre u
otro pariente cercano; pero considero más fundamentada la elección de mis
padres.
“Todo acto
de bautismo tiene su propia historia, de la que es ajeno el receptor” (Gallarín,
2009, p. 20).
Afortunadamente, en mi caso se conjugan satisfactoriamente la historia de mi
bautismo con la elección de mi nombre. Con esto, pretendo hacer referencia a su
decisión de no imponerme, no ya el nombre del santo de ese día, sino uno de los
nombres de mujer que he leído en el árbol genealógico de mi familia, como por
ejemplo: Petra, Gabina o Juliana.
A este
respecto, no quisiera dejar de hacer alusión a este preciado libro que mi padre
conserva, donde se recoge el origen de la familia vasca ‘’Oliden’’, llegando
incluso a remontarse al año 1500. Esta joya de mi familia recoge los estudios
realizados por El Instituto Vaco-Navarro de
genealogía y heráldica, donde se aprueba nuestro origen nobiliario.
El origen
vasco de Arantxa –aunque este nombre no aparezca anteriormente en nuestro árbol
genealógico -me parece suficiente tributo a nuestros ancestros.
No puedo
dejar de hacer referencia al último aspecto que, en mi opinión, va unido al
propio nombre: el social. Mi nombre, Arantxa, es un claro ejemplo de la
interacción de la lengua vasca y la española (interacción que han probado
lingüistas de la talla de Mª Teresa Echenique), que, a su vez, refleja una interrelación
y mutuo enriquecimiento del pueblo vasco y las distintas regiones de España. En
mi caso concreto, además de mi nombre, mis apellidos dan fe de ese mutuo
enriquecimiento: el paterno ‘’Oliden’’ de origen vasco, y el materno ‘’García
Sáenz de Miera’’. Aunque García, primitivamente, apareciera en Navarra, ya en
la Edad Media se había extendido ampliamente por Castilla y el resto del País.
Se podría
afirmar que el hecho de llevar el nombre Arantxa donde aparece el fonema ‘’tx’’,
antes no permitido en España es, además, un ejemplo de mayor libertad de
expresión, que nuestros padres han conseguido para nosotros. Me produce cierta satisfacción ver que en mi
nombre, se encierra un grado de
transgresión, de rebeldía en defensa de
nuestras libertades; rebeldía que confieso que también es una de las
características de mi temperamento.
Para
finalizar, solamente me resta mencionar que
me siento más identificada con la forma Arantxa, que con Arántzazu o
cualquiera de las restantes variantes vascas del nombre. En ningún caso, lo
considero una forma hipocorística, sino
un nombre con identidad propia,
identidad que incluso La Academia de la
Lengua Vasca, le reconoce.
Arantxa Oliden
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